Todavía en la Argentina del Siglo XXI algunos sectores, que se rehúsan a entender el rumbo actual del país, intentan reflotar la falacia de Argentina vive del "campo". En notas anteriores hemos hecho mención a la escasa participación del sector agrario en el PBI, así como la baja tasa de empleo del mismo, la concentración de la tierra, y su ligazón con el sector financiero. Hoy quiero referirme al análisis de las exportaciones industriales argentinas: destacando su performance, composición, así como los límites actuales a superar por el Proyecto Nacional. Por último traigo un artículo sobre el concepto esbozado varias veces por la compañera Cristina de "industrializar la ruralidad". En el cuadro (con un click se agranda) podrán ver los datos por los principales rubros y como la manufactura agraria e industrial superan a las exportaciones de productos primarios (de poco valor agregado). El debate está abierto, y mi apuesta es seguir profundizando el modelo, tal como el 55% de los argentinos decidimos.
Fuerte aumento de la exportación industrial
Las exportaciones argentinas de productos industriales se triplicaron en los últimos ocho años, destacó la ministra de Industria, Débora Giorgi. "Desde 2003 a julio de este año las exportaciones argentinas de manufacturas de origen industrial (MOI) se triplicaron, mientras que en el mismo periodo el resto de los productos vendidos al exterior aumentaron casi un 130%", aseguró Giorgi.
La funcionaria resaltó que "Argentina no sólo no primarizó sus exportaciones sino que, lejos de eso, aumentó el peso relativo de sus exportaciones industriales, lo que significa valor agregado y más trabajo argentino". Además, agregó, en los primeros siete meses de 2011 las exportaciones MOI crecieron 21% en relación al mismo período del año pasado, y aumentaron del 21% al 25% los productos exportados que cuentan con mediana y alta tecnología incorporada. Giorgi explicó que el incremento de las exportaciones industriales "tiene que ver con un esfuerzo conjunto, tanto del sector público como del privado". Y resaltó los créditos del Gobierno al 9,9%, "que financia inversiones productivas que al día de hoy ya han puesto en marcha exportaciones adicionales por 4.500 millones de dólares, que en un 85% son de origen industrial". (Télam)
Radiografía de las exportaciones
Las ventas al exterior registran una cada vez mayor incidencia de las Manufacturas de Origen Industrial. Sin embargo, la oferta sigue mostrando una notable desigualdad y concentración regional, así como una escasa diversidad productiva en la mayoría de las provincias.
El “qué” más que el “cuánto”
Por Arturo H. Trinelli * y Matías Rohmer **
Una de las transformaciones más importantes de nuestro país desde el fin de la convertibilidad fue la notable expansión de las exportaciones y el persistente superávit comercial. Ocho años consecutivos de balanza comercial positiva y saldo favorable en la balanza de pagos marcan un hecho sin precedentes en nuestra historia. Constituyen dos pilares fundamentales del modelo actual. Pero el estudio del comercio exterior argentino resulta mucho más interesante al analizar en detalle cómo evolucionó la participación de las provincias en las ventas al mundo, tomando 1998 y 2010 como parámetros para observar el comportamiento exportador de cada una de ellas en los años del 1 a 1 y durante 2010.
De acuerdo a series estadísticas del Indec y al último informe anual sobre Complejos Exportadores provinciales del Ministerio de Economía, puede observarse que, tanto en 1998 como en 2010, solo tres provincias –Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe-- superaron el 10 por ciento de participación en el total exportado nacional. Sin embargo, mientras Córdoba y Santa Fe aumentaron su participación, la de Buenos Aires ha disminuido a pesar de continuar siendo la principal provincia exportadora. Así, Córdoba pasó de representar el 10,4 por ciento en 1998 al 12,3 por ciento en 2010. Santa Fe aumentó su participación en el mismo lapso del 16,9 al 22 por ciento del total nacional. Buenos Aires, en cambio, ha pasado de una participación del 38,8 a 33,8 por ciento en el 2010. En el extremo opuesto, aparecen Formosa y Corrientes: mientras que en 1998 la primera aportaba el 0,2 por ciento del total de ventas nacionales y la segunda el 0,5 por ciento, dicha participación cayó en 2010 a 0,05 y 0,2 por ciento respectivamente. Formosa apenas exportó en el 2010 por valor de 36 millones de dólares (aproximadamente lo mismo que ganó Lionel Messi durante todo el año), frente a los 22.740 millones de dólares que vendió Buenos Aires en el otro extremo.
Podemos decir entonces que, mientras que en 1998 Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba representaban el 66,1 por ciento del total de ventas nacionales, esa participación creció hasta el 68,1 por ciento en el 2010. En contraste, en 1998 las ventas externas de Chaco, Formosa, Misiones y Corrientes representaban el 3,2 por ciento del total nacional, pero en 2010 apenas alcanzaron el 1,6 por ciento.
Un caso de especial consideración es San Juan. Es indudable su auge exportador actual, lo que la ha llevado a vender en 2010 por 2101 millones de dólares. Este monto la ubica como la provincia que más aumentó sus exportaciones (1326 por ciento) de todo el país, desplazando por primera vez a su vecina Mendoza como la más exportadora en la región de Cuyo. Su crecimiento adquiere real dimensión si se compara el exiguo 0,5 por ciento de las ventas totales que explicaba en 1998 al 3,1 por ciento que representa en la actualidad. Lo mismo ocurre con Catamarca, que pasó del 0,7 al 2,2 por ciento entre ambos años. Pero estos datos deben ser puestos en contexto: en el 2010, el 87,6 por ciento de lo que exportó Catamarca fue cobre, mientras que para San Juan el oro explica casi un 77 por ciento de sus ventas totales. Esto significa que el crecimiento exportador de ambas provincias es cabal expresión del "boom minero", cuestionado desde lo ambiental y lo socioeconómico. Un caso similar envuelve a las provincias donde el complejo sojero tiene mayor incidencia en su perfil exportador. En el 2010, productos derivados de la soja explicaron el 62,3 por ciento de las exportaciones de Santa Fe, el 43,4 por ciento de las de Córdoba y el 60 por ciento de las de Santiago del Estero.
En esta última provincia, los productos primarios explican más del 96,5 por ciento de sus ventas externas (más del 98 por ciento en 1998), mientras que en Buenos Aires el sector primario representó apenas el 17,3 por ciento y las MOI explicaron casi el 55 por ciento de sus ventas, cuando en 1998 estaban apenas por encima del 48 por ciento. Y mientras en Córdoba las MOI disminuyeron, en Santa Fe crecieron de un 11,6 por ciento en 1998 a un 20,2 por ciento en 2010. No obstante, en ambas provincias la participación de los principales 10 productos de exportación en el total de sus ventas externas es muy alto, un 83 por ciento para Santa Fe y un 72,5 por ciento para Córdoba. Escasa diversificación de exportaciones que se repite en todas las provincias, a excepción de Buenos Aires, donde la incidencia de los primeros 10 productos exportables apenas alcanza el 39,5 por ciento del total, pero en Catamarca significaron el 99,1 por ciento, en San Juan el 91,9 por ciento y en Santiago del Estero el 97,2 por ciento.
Puede decirse entonces que en general las exportaciones argentinas registran una cada vez mayor incidencia de las MOI, en un contexto favorable a la producción de commodities y donde la mayoría de los países de la región ha reprimarizado sus economías. Sin embargo, el análisis del qué exporta cada provincia más allá del cuánto también demuestra que, a pesar del notable incremento de las exportaciones y del persistente superávit comercial obtenido desde la salida de la convertibilidad, la oferta exportable argentina sigue mostrando una notable desigualdad y concentración regional, así como una escasa diversidad productiva en la mayoría de las provincias. Números que nos hablan del enorme desafío que resta aún por afrontar en vistas al siempre complejo objetivo de alcanzar un país más equilibrado en su desarrollo socioeconómico regional.
* Integrante del CLICeT y La Gran Makro.
** Politólogo UBA.
Profundización del modelo,
Por Antonio Mezmezián *
La economía comenzó en 2003 un ininterrumpido sendero de crecimiento que se mantiene robusto en el período actual. A pesar los agoreros pronósticos, la salida de la peor crisis económica de nuestra historia se hizo de manera veloz y ordenada. Y, lo que es más importante, con sensibles mejoras distributivas. La mejora de la actividad económica se manifestó en todas las variables macroeconómicas, registrándose también un fuerte salto exportador, cuya composición trajo como novedad la importancia de las Manufacturas de Origen Industrial como su elemento más dinámico. A pesar de ello, no se puede decir que el crecimiento argentino sea liderado por las exportaciones, sino que es todo el mercado interno el que, gracias a las políticas de ingresos, actuó de gran dispositivo traccionador que a través de los mecanismos virtuosos de la demanda efectiva sostuvo una tasa anual acumulativa mayor al 7 por ciento en todo el período.
Semejante desempeño implica una creciente exigencia en diferentes aspectos que hacen al desenvolvimiento económico, y uno de los aspectos relevantes refiere a una actividad transversal a los encadenamientos de la producción y el comercio: el transporte y la logística de mercancías. Esta incluye el movimiento de cargas dentro y fuera del país, los nodos de trasbordo del comercio exterior, la gestión de inventarios, la ingeniería en la organización de cadenas de abastecimiento, la seguridad en tránsito y las cuestiones administrativas subyacentes en cada operación.
En un mundo globalizado en crisis con cada vez más dificultades para establecer un período prolongado de crecimiento sostenido, los efectos de contagio y la capacidad de cada país para responder a los embates externos son actualmente temas prioritarios en las agendas de los gobernantes del mundo.
En este sentido, un tópico fundamental es el de la competitividad de las economías, y una gestión eficiente y dinámica de la logística de cargas puede resultar un aspecto sustancial, que prescinde de la cuestión cambiaria y tiene impacto en la mejor generación de valor en la mayoría de las cadenas productivas del país.
Si bien existen diferentes metodologías de medición, en general se acepta que el peso de los costos logísticos argentinos se encuentran en alrededor de 20 puntos del PIB, aunque hay autores que lo ubican en valores superiores al 25 por ciento, en tanto que en los EE.UU. alcanza el 9 por ciento colocando a aquel país en el puesto 14 a nivel mundial. Vale decir que no es el líder mundial en la materia por cuanto puede tomarse como un parámetro de referencia interesante para observar nuestra realidad nacional en perspectiva internacional.
Varios elementos confluyen en llevar a estos niveles nuestros costos logísticos. Algunos de ellos son relativos a la estructura económica: el perfil productivo argentino ha tenido históricamente un fuerte peso del sector agrario, fundamentalmente en graneles, con un bajo valor respecto del peso y el volumen transportado, principalmente en la logística de cargas para la exportación, pero no únicamente, ya que el transporte de alimentos internos tiene un formato similar.
Otro aspecto se vincula con la infraestructura en carreteras, vías férreas y puertos, por un lado, y por el otro la necesidad de optimizar la articulación de la multimodalidad, el manejo de stocks, la construcción de los denominados puertos secos como nodos de quiebre de carga.
En cuanto al primer elemento, podemos afirmar categóricamente que en estos últimos 8 años este gobierno ha ido modificando la matriz productiva y energética, impulsando la reindustrialización con la consecuente generación de empleo e ingresos en amplias franjas de la población. Además, ello ha sido realizado diversificando productos y de manera sostenible en el tiempo. Con respecto al segundo, la inversión pública ha ido transformando la infraestructura de transporte del país. Pero la velocidad del crecimiento montado sobre una estructura económica devastada por más de dos décadas de retiro del Estado, con consecuencias funestas varias, genera tensiones y necesidades que desde la óptica del actor público constituyen desafíos en el mediano y largo plazo.
La encrucijada actual en el plano internacional y la profundización del modelo argentino actual requieren tomar en consideración la necesidad de avanzar en la competitividad en un sentido más amplio que el del tipo de cambio, para ampliar la sostenibilidad del crecimiento, mejorar el poder adquisitivo de los trabajadores, apoyar la diversificación productiva y perfeccionar la inserción de los productos argentinos en el mundo.
El transporte de cargas y la logística se convierten así en un instrumento macroeconómico fundamental que se agrega al conjunto de desafíos que se plantean hacia adelante para continuar el sendero de desarrollo sustentable de la Nación.
* Subsecretario de Programación Económica.
¿Qué es industrializar la ruralidad?
La Presidenta usa cada vez más un concepto: “Industrializar la ruralidad”. Lo hizo por última vez en el Día de la Industria, desde Tecnópolis, y lo definió de este modo: “Hacer participar al producto primario de la cadena, en los eslabones de producción que le siguen a lo primario para poder lograr no solamente rentabilidad para ese productor, sino generar trabajo en el pueblo, en origen, al lado de las materias primas, para evitar los traslados de poblaciones y el despoblamiento del campo”. También dijo que se trata de “lograr a través de un entramado de pequeñas y medianas empresas la calidad no solamente para el mercado interno sino también para la exportación”.
La frase encierra muchas de las claves de la agenda pública actual y ya despierta debates. Héctor Huergo, editor de Clarín Rural, le encontró una “connotación negativa, porque sugiere que el campo (lo rural) es un plano inferior, un simple proveedor de productos primarios”.¿Cuál es el mejor modo de definir la dinámica del sector agropecuario y repensar cuáles serían los vectores necesarios para promover su crecimiento en un proceso de inversión, agregación de valor, generación de empleo y exportación de productos con mayor grado de elaboración?
El propio Huergo define al maíz, al trigo y a la soja como “materias primas”. Describe el lugar que ocupan esas materias primas en una cadena de producción que comienza con la biotecnología, la química, la metalúrgica, la industria metalmecánica y automotriz, los proveedores de múltiples servicios y los ubica en un sistema de producción que es gestionado por nuestros calificados recursos humanos y la vocación emprendedora de nuestros productores. Ese conjunto constituye un sector agropecuario que se encuentra en la frontera de la competitividad internacional.
También Huergo registra el movimiento de la cadena después de la cosecha y emerge así la capacidad de crushing, la producción de pollo, cerdo o carne vacuna, jarabes y biocombustibles. Inclusive muestra que exportando maíz también estamos exportando bienes que produce nuestra industria química.
Todo eso es absolutamente cierto. Pero también es cierto que resulta insuficiente para asegurar por sí solo el desarrollo del país y, además, resulta limitado frente al cúmulo de posibilidades disponibles.
Esa insuficiencia y esta limitación explican por qué Huergo le atribuye una “connotación negativa” al concepto de industrializar la ruralidad. Su pensamiento permanece en el círculo –por cierto, virtuoso– de la producción agropecuaria, configurando una mirada desde el sector. Pero ocurre que lo agropecuario sólo no alcanza para construir en la economía un país más equitativo, más igualitario, con una armónica distribución de la población en su extenso territorio y un adecuado uso de sus recursos naturales.
Incorporar a nuestra agenda el concepto de industrializar la ruralidad, en cambio, expresa la necesidad de producir los bienes de capital que esas materias primas obtenidas con alta eficiencia requieren para ser transformadas en alimentos complejos, preparados o semipreparados, congelados o enfriados, clasificados, embalados y empacados con los más sofisticados procesos.
Industrializar la ruralidad quiere decir que los bienes de capital, que hoy en su mayoría son importados, sean desarrollados por ingenieros y técnicos argentinos. Podría mencionarse las plantas de empaque, las plantas de faena de pollos, las instalaciones frigoríficas para cerdos, vacunos y ovinos, las plantas de procesamiento de leche, los túneles de frío IQF, los remolques, semirremolques y contenedores refrigerados, las nuevas destilerías para la producción de etanol y las plantas de biodiésel. La industria supo estar en un lugar destacado pero a lo largo de 40 años fue sometida a políticas que dejaron un país sin fábricas y con uno de cada cinco trabajadores sin empleo a fines del siglo XX.
Industrializar la ruralidad está en los antípodas de considerar equivalente la producción de acero y caramelos, como sostenía el equipo de José Alfredo Martínez de Hoz, porque convoca a las actividades de investigación e industriales a desplegarse estratégicamente para el aprovechamiento de la indudable riqueza agropecuaria y rural del país.
La propuesta lleva en su seno algo muy caro y trascendente para nuestro sistema productivo. Implica superar el conflicto campo-ciudad. Comprende la solución de la antinomia que constituyó una de los ejes de la parálisis de la economía argentina por más de tres décadas. Significa iniciar la construcción de un sistema productivo articulado con interacciones fuertes y sólidas entre las políticas públicas, nuestro sector científico-tecnológico y las capacidades de industriales y productores, de grandes empresas y de medianos y pequeños chacareros.
Industrializar la ruralidad supone abordar la oportunidad que la globalización brinda a la Argentina actual. Hay que asumir la dialéctica entre el espacio de los flujos y el espacio de los lugares, como sostiene Manuel Castells. O sea, la articulación entre los flujos de información, de tecnología, de inversiones y de consumos, y el espacio de los lugares donde la gente habita, sufre y disfruta de esta maravillosa experiencia que es la vida humana. Industrializar la ruralidad emerge como alternativa superadora en ese necesario proceso de vincular lo local y lo global, lo rural y lo urbano, las regiones superpobladas y las provincias de escasa población.
No hay “connotación negativa” alguna. Por el contrario, expresa el gran salto adelante en el camino del crecimiento que ya hemos comenzado hace más de ocho años y al que “la industria verde”, como la llama Huergo, aportó mucho. Hay que ir por más para lograr un país socialmente justo, económicamente independiente y políticamente soberano, integrado a los países hermanos de Suramérica. De eso trata, también, industrializar la ruralidad.
Jorge Neme, Coordinador ejecutivo de la Unidad para el Cambio Rural del Ministerio de Agricultura de la Nación.
FUENTE: http://www.lagaceta.com.ar/ - http://www.pagina12.com.ar/
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